julio 22, 2006
Quizá mi única noción de patria sea
esta urgencia de decir Nosotros.
Quizá mi única noción de patria sea
este regreso al propio desconcierto.
Mario Benedetti
El 28 de Julio el presidente saliente Alejandro Toledo trasmitirá el mando del gobierno peruano al re-electo Alan García. Este importante acto nos invita a pensar y reflexionar sobre algunas dimensiones del “cambio posible” que se juega en esta transición de gobierno, especialmente en el ámbito de la salud mental de los niños, niñas y adolescentes, que son el sentido de nuestra institución.
Para llegar a este momento político, los peruanos y peruanas hemos sufrido unas difíciles y críticas primera y segunda vuelta electoral. Los resultados a nivel de preferencias electorales, en ambas jornadas, han sido bastante elocuentes: estamos fraccionados. Pensamos y vemos las cosas de manera muy diferente, y sobre todo, hay grandes sectores de nuestro país que han sido relegados al olvido y que a través de su voto masivo han “estremecido” el escenario político expresando su descontento frente al sistema democrático actual.
Más allá del alivio, y la ilusión, de gran parte de la población al ver como ganador de la segunda vuelta al candidato «menos malo”, nos quedan muchas dudas e incertidumbre respecto al futuro social y político de nuestro país para los próximos cinco años. El candidato electo ha definido en numerosas ocasiones su propuesta como “el cambio responsable”, lo cual implicaría la puesta en marcha de un énfasis político directo y efectivo a nivel de los programas sociales (incluso en estos días habla de “shock” de inversiones para combatir la pobreza) que presuntamente los gobiernos anteriores no habrían incluido en sus gestiones.
Pero, ¿realmente podemos o debemos esperar cambios cualitativos importantes a nivel del desarrollo humano, democracia, e inclusión de los niños, niñas y adolescentes en el próximo gobierno?, ¿basta con poner en acción, desde el estado, decenas de programas sociales para cambiar la situación humana e inclusiva de nuestra infancia y adolescencia?. ¿Desde que enfoques y nociones de democracia y desarrollo manejará el nuevo gobierno aprista los programas dirigidos a niños, niñas, adolescentes y jóvenes?.
Las preguntas que nos hacemos – al igual que gran parte de la población – trasmiten una serie de angustias sociales que nos atraviesan en estos días. Desde hace un tiempo en los proyectos desarrollados por CEDAPP nos venimos preguntando cómo se construye el “núcleo subjetivo” de la democracia en los individuos, más allá del gobierno de turno. En ésta línea, parafraseando a Adrián Líberman, psicoanalista uruguayo (2006) diremos que:
La democracia es una forma de relación que implica una regulación de lo que se desea y de lo que se teme. Si esa regulación no se instala en las primeras fases del desarrollo de la personalidad de un individuo, o sea, en la casa, es muy difícil que se pueda hacer después, en la calle. Si la democracia no empieza en la cama, en la mesa, en lo íntimo; será muy difícil que en lo público se manifieste esa profunda carencia privada.
Es así, que sostenemos que la capacidad de entablar relaciones igualitarias y equitativas, el sentido de respeto por el vínculo, la representación interna de uno mismo como sujeto valioso y con derechos, el reconocimiento de la alteridad, la motivación por participar – y cuidar- de las cosas que tienen que ver con “la casa” y posteriormente con el barrio-ciudad-país-planeta como extensión simbólica de la misma, porque se sienten en parte propias (y no ajenas), son desarrollos internos básicos para un sentido democrático personal y social. Para su cimentación resultan fundantes los vínculos tempranos al interior de la familia (aquí se originarían – o no- las “disposiciones democráticas de la personalidad”), que luego van a consolidarse – o no- en la adolescencia y juventud, a partir de la relación dinámica con otros actores e instituciones del entorno. Entre éstos últimos, para los niños, niñas y adolescentes, los profesores, directores, policías, políticos famosos tienen un papel relevante en tanto representantes simbólicos del poder y ley social.
Dicho de otra manera, no habrá democracia si no somos capaces como sociedad de garantizar que nuestros niños, niñas y adolescentes no vivan experiencias fundantes de apego seguro (de ser respetados y atendidos a tiempo en sus necesidades físicas y emocionales), logren desarrollar su autoestima, puedan aprender a controlar sus impulsos, incorporen la noción de que existe un “Otro” diferente a ellos, incorporen la noción de límites – normas – reglas, sientan que ellos y sus opiniones son incluidas en las decisiones, y vivan la experiencia de ver que existen actores sociales democráticos con los cuales deseen identificarse. Todas estas, son condiciones subjetivas – e intersubjetivas- fundamentales para construir personas; pero además son la única vía de lograr que puedan ejercer su ciudadanía, y esto a su vez, el requisito para edificar la democracia.
Dicho en palabras de Liberman:
«El proyecto democrático tiene que ver con un cambio psíquico”
Renzo Montani Valdivia
Jefe de Proyecto
CEDAPP